Un 3 de noviembre de 1966 ingresó al Hospital Psiquiátrico San Camilo una pequeña de 12 años aproximadamente, NN, sin cercanos ni familiares que refirieran datos de su origen. No hablaba, no emitía sonidos, pero si denotaba signos de tener una enfermedad mental.

En aquel entonces, ‘Rosita’ nombre adoptado por el personal para esta mujer, se convirtió inmediatamente en paciente pero a la vez, y como en la época se permitía, una trabajadora más para realizar pequeñas tareas que le generaban premios por parte de sus cuidadores. Pulseras, labiales y grandes aretes o un peinado a cambio en su larga cabellera eran su alegría.
“Solo 4 pacientes han tenido digamos como ese permiso de salir y realizar actividades diarias, me refiero a ese entonces, los psiquiatras no veían mal que salieran y se incorporaran a realizar actividades por salud mental, pero como vemos, resulto lo contrario, Rosita nos enseñó a ser más humanos, a amarlos sin condiciones, a sonreír por todo a pesar de sus condiciones”, indicó Olga Lucia Ferreira.
Por años 69 permaneció en una habitación del servicio de Crónicos bajo el cuidado del personal del Hospital y hasta hace pocos días, partió para siempre cuando el peso de los años terminó por apagar su existencia por causas naturales.
“Antes permitían que nosotros saliéramos con ellos a nuestras casa, yo la lleve y prácticamente vio crecer a mis hijos, ella era una más”, refirió, Martha Clarisa Plata, jefe de enfermería.
Sin pensarlo, el vacío y el dolor que tiene el personal médico de la institución que la adoptó como una hija más, recuerdan a una mujer que se gozaba cada Navidad en alegría, bailaba y aplaudía todo a su alrededor.
Una pérdida que hoy se siente en la entidad y que, en su honor, permitió reunir nuevamente a colaboradores actuales y pensionados de la entidad para despedirla por siempre en Santa Eucaristía en el día de las velitas.